La tribu de los pirahãs y Daniel Everette |
La recursividad es
para Chomsky una de las características esenciales y específicas del lenguaje
humano. La recursión, como proceso que permite a cualquier hablante extender
una frase hasta límites teóricamente infinitos a través de la inclusión de
frases en otras frases superiores, se encuentra presente en todos los idiomas conocidos.
Por ese motivo, según el lingüista norteamericano, es una propiedad que permite
hacer una distinción entre el lenguaje humano y el de los animales al tiempo
que demuestra la existencia de una gramática universal.
Sin embargo, las
investigaciones (no tan recientes) del profesor Daniel Everett ponen en
entredicho la hipótesis chomskiana de que la propiedad recursiva sea común a
todas las lenguas humanas. Hace años el profesor Everett entró en contacto con
una pequeña tribu amazónica de unos 200 indígenas,
los pirahãs, que tenían una
forma de comunicarse muy particular. Después de algunas décadas conviviendo con
la tribu Everett ha descrito lo que seguramente puede considerarse como un
idioma único en el mundo, una lengua que cuestiona las bases de la gramática
generativa.
La lengua de los
pirahãs se caracteriza sobre todo por su simpleza: carece de colores, de
tiempos verbales, de pronombres, de oraciones subordinadas o de números. Su
vocabulario es muy restringido y las expresiones que se pueden generar no van
más allá de lo puramente cotidiano y material, lo que también pone en duda la
propiedad de la creatividad. Aunque esto limita las posibilidades de
comunicación, reflejo de una percepción del mundo muy reducida y simple,
responde plenamente a las necesidades comunicativas de los integrantes de la
tribu. Quizá lo que más llama la atención sea la inexistencia de números aparte
del par de conceptos traducibles como “poco/pequeño” y “mucho grande”, porque
es algo que sobrepasa el aspecto meramente gramatical para incidir sobre las
estructuras mentales. Los pirahãs son incapaces de comprender la cuantificación
como concepto abstracto, como demuestran los infructuosos intentos de Everett
por enseñarles a contar hasta el diez o de sumar uno más uno.
Como consecuencia
de la falta de tiempos verbales los pirahãs carecen de pasado, con todas lo que
de ello se deriva. Viven en el presente más inmediato, por lo que carecen de
manifestaciones artísticas o de sentido histórico. El sistema de parentescos es
muy básico, no va más allá de dos generaciones y de los hermanos
biológicos, lo que hace que la endogamia
sea habitual. Tampoco muestran una preocupación por lo trascendental: no son
conscientes de que nada haya sido creado, piensan que todo ha existido siempre.
Pero aunque este
hallazgo ofrezca aportaciones antropológicas y sociológicas importantísimas no
son menores las implicaciones lingüísticas. Al carecer de subordinación se
demuestra que la recursividad no es una propiedad universal, que es uno de los
presupuestos en los que se sustenta el innatismo de la gramática generativa.
Sin embargo, una revolución en el paradigma científico de esta magnitud no
puede llevarse tan a la ligera y como es natural la ortodoxia chomskiana no ha
tardado en criticar el trabajo del profesor Everett. En el Massachussets
Institute of Technology se afirma que el trabajo de Everett no pasa de ser una
simple hipótesis, que todavía necesita ser estudiada y contrastada.
Cabría pensar que
los pirahãs, que se llaman a sí mismos los cabezas rectas, poseen algún tipo de
discapacidad o que han atrofiado determinadas funciones de su sistema cognitivo
por la falta de uso. También se podría pensar que su lengua se trata de un
idioma primitivo. Aunque al pensar así se corre el riesgo de juzgar esta lengua
desde un punto de vista exclusivamente occidental, lo cual supone reducir
considerablemente la perspectiva científica. Lo importante al fin y al cabo es
que la lengua de los pirahãs cumple adecuadamente con la función comunicativa,
es decir, que cubre las necesidades comunicativas de sus usuarios. No hay que
olvidar que la rancia concepción de lenguas de primera y segunda categoría se
deriva de la lingüística decimonónica. Ninguna lengua es mejor que otra, no
importa si la hablan 778 millones o 100 individuos.