domingo, 21 de abril de 2013

El poder del lenguaje

El primer Wittgenstein sentenció en el Tractatus su conocida fórmula «los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo». Es decir, que la realidad no existe por sí misma, sino es que es el resultado de la imagen que el lenguaje da de ella. Es realidad aquello que puede ser descrito con el lenguaje. Si una palabra no nombra ninguna cosa con referencia en la realidad carece de significado porque no se le puede asignar un valor de verdad. El segundo Wittgenstein, el de las Investigaciones filosóficas, defiende que el lenguaje no puede ser algo individual, sino que necesariamente debe ser una herramienta colectiva. El significado de la palabra amor es conocido por todos; sólo es posible concebir el amor porque todos llamamos amor a lo mismo, porque hemos llegado al acuerdo, a lo largo de las generaciones, de que hay una serie de actitudes y comportamientos asociados al concepto de amor. Sólo así somos conscientes de su existencia.


Desde un punto de vista menos filosófico y más lingüístico Edward Sapir y Benjamin Lee Whorf enunciaron en la década de 1940 la conocida hipótesis Sapir-Whorf, que en su formulación fuerte puede declararse a las claras como puro determinismo lingüístico. Humboldt ya había señalado que el lenguaje ejercía control sobre el pensamiento, pero Sapir y Whorf llevan la dependencia del pensamiento respecto al lenguaje al extremo de defender que la lengua determina completamente la forma de conceptualizar y clasificar la realidad.

En 1966 Focault publica Las palabras y las cosas, donde defiende que sólo existe aquello que es nombrado. El mundo sólo puede ser aprehendido a través del pensamiento y el pensamiento necesita forzosamente expresarse a través de palabras. Las palabras tienen el poder de conceptualizar el mundo, de organizarlo en categorías, y en definitiva, de crearlo ante nuestros ojos. Lo que no tiene nombre no puede ser nombrado y lo que no puede ser nombrado no existe.

Los griegos llegaron a pensar que quien dominara el lenguaje acabaría dominando el mundo. Así nacieron los demagogos. Pero no pudieron imaginar, sino sólo al final de la democracia, que esos mismos maestros de la palabra serían el germen del final de su mundo. Hay quienes dicen que la palabra se contaminó al entrar en contacto con la política.

Escrito por Alejandro Galero

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